27 de noviembre de 2010

Blondie

Lo que más me gustaba de la época universitaria es que no había reglas de etiqueta. A diferencia del Liceo, donde usábamos uniforme y no se podía ir con maquillaje ni hacerse nada loco en el cuerpo o la cara, en la universidad había libertad porque uno ya era adulto.

A los 20 me empecé a teñir el pelo. Nada extremo, pero me gustaba. Cuando me gradué tenía la mitad del pelo morado. Era lo mejor del mundo.

Pero la universidad terminó, y con ella llegaron los compromisos sociales autoimpuestos. En estricto rigor uno podría andar como quisiera, pero claro, qué consecuencias tendría eso para los negocios y los clientes más tradicionales... unas no muy buenas de seguro.

Por lo tanto queda restringirse a la paleta que brindan las tinturas oficiales. Adiós a los colores de fantasía, adiós a los rosados, los rojos charol, los verdes (el verde fue un color desastroso en todo caso), los maravillosos azules y morados. Bienvenidos los chocolates, los castaños, los caobas y, por supuesto, los rubios.

Cuando se me oxida la tintura con el paso de los meses, se me empieza a poner medio rubia la cosa. Yo siento que no es lo mío porque soy morena. Pero quizás podría ser lo mío.

Al menos sería muy divertido, de eso no hay duda. Y si queda así muy mal, siempre está la solución a todo: tintura negra extreme color fast.

No lo sé... hay que ver. Pero dicen que las rubias lo pasan mejor y me vendría bien un golpe de diversión.

¿Me veré muy ridícula? Sólo hay una manera de saberlo... Stay tuned.

PS: Los blondies de Tartas y tortas son para morirse. ¿Qué son? un brownie, pero con chocolate blanco, o sea 10 veces la grasa del brownie y un sabor especialmente dulce y ricooooo.

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