A todos aquellos que creen fervientemente en la carrera literaria, les mando mis felicidades en este día. A los que alguna vez publicaron, a los que creyeron en los textos de otro, a los que corrigen, a los que dictan talleres, a los que producen la literatura de nuestros tiempos. La buena y la mala. Feliz día del libro y el derecho de autor, que fue ayer, pero yo lo extiendo hasta hoy.
Mi relación con los libros desde el punto de vista lector es vasta y compleja. Comenzó cuando chica cuando aprendí a leer, obvio. Leía la biblia... créase o no. Mi mamá me decía que para no dormir con miedo había que leer la biblia antes de acostarse. Y yo, que le tenía pavor a los vampiros y creía que eran reales (igual que ahora), leía la biblia para que no me diera miedo.
Cuando entré al colegio comenzó la tradición de leer los típicos libros que te manda el currículo escolar. No fue sino hasta bastante grandota, a los 8 años, cuando entendí que podía leer lo que quisiera.
Y a los 9 llegó él... ninguno. O mejor dicho Ninguno. Ese maravilloso libro de la colección Barco de Vapor, Historias de Ninguno, que narraba las aventuras de un niño que era tan chiquito que cuando entraba a algún lugar la gente veía la puerta abrirse y preguntaba "quién entró" y todos decían "ninguno" porque nadie lo veía. Oooooh, pobrecito. Y así fue como Ninguno se inventó su propio mundo al encontrarse una caja de lápices de colores que hacían realidad lo que él dibujara.
Una maravillosa historia infantil que me seguiría hasta el día de hoy... sin poder terminar el libro porque se lo llevaron del colegio cuando estaba casi a punto de concluirlo. Muchos años después llegó a mis manos, pero ya no era lo mismo. No me interesaba saber qué había sido de Ninguno, aunque lo llevo en mi corazón.
Tras ese inicio y hasta finalizar la media, leí todo lo que quise leer, leí mucho, disfruté con historias de ciencia ficción y dramas humanos, con historias de amor y conspiraciones del FBI, hasta que un día entré a la universidad y dejé de leer lo que quería. Los únicos que sobrevivieron fueron El señor de los anillos y Harry Potter (llegué hasta el 5 y no sé si lo termine algún día). Ya no tenía ni ganas ni concentración.
Sobrevino mi período infartante de desenfoque absoluto, en el que era incapaz de retener cualquier cosa leída, se me iban las ideas, me iba a volar por otros mundos, y simplemente nada en los libros tenía la facultad de atrapar mi cerebro y hacerlo mantenerse firme.
Esta historia continuaría hasta el año pasado, cuando nuevamente los libros entraron en mi vida como un torbellino que me tiene leyendo de la noche a la mañana, en el pc o con los ejemplares de la biblioteca, lo que sea.
Me reencanté con la biblioteca, fui a buscar lo que me sirviera, fui en búsqueda de lo que otros han escrito y que, en efecto, puede cambiar mi vida. La lectura es capaz de salvar la vida de una persona, no hay duda.
El libro es una poseción material limitada, de una cierta extensión y con un cierto volumen, pero su contenido es infinito. Las interpretaciones, la magia que se anida en sus páginas no tiene fin. Puede ser redescubierta una y mil veces, se puede abrir y retomar todo lo que sea necesario.
El libro es la forma de conocimiento más pura después de la experiencia. El libro te habla directamente, te mira a los ojos, te dice cosas, te inspira a moverte. O te inspira a llorar cuando la historia es tragedia.
El libro es energía. Está en un estante hasta que llego a buscarlo y luego fluye a través del lector.
Pero esto no pasa con todos los libros, pasa solamente con aquéllos que fueron escritos para ti o para mí, con aquéllos que al leerlos nos dan pautas de confirmación de tantas cosas que hemos pensado. Cuando sus personajes nos personifican, son lo que quisiéramos ser, o cuando la habilidad literaria nos hace desear haberlo escrito nosotros.
Ésos son los libros que valen la pena.
Y lo genial que tienen es que hay tantos y para todos los gustos, que quien no lee es únicamente porque no ha encontrado su energía en el estante y porque ha estado dormido en la decepción de un mal libro, que no es otra cosa que un libro equivocado para cierto lector.
Qué bueno es despertar de ese sueño y que los viajes a la biblioteca sean muchos porque saco más libros de los que soy capaz de leer en una semana y los debo renovar y otra vez no alcanzo y me falta el tiempo alternando entre los que tengo en mi pc y los que tengo en mi velador.
Viva el libro como elemento de sabiduría infinita. Viva el libro y su redención.
Los libros me han cambiado la vida para bien. Al contrario de la figura literaria oscura y perniciosa, a mí los libros no me destruyen, me alimentan. Ser lector es infinitamente mejor que ser escritor. Nunca hubiera podido ver esta realidad asombrosa si no hubiera dejado de escribir de una buena vez para concentrarme en leer. Hay demasiada poesía en el mundo, hasta que no acabe de leerla, no es necesario que aporte nada.
Me gustaría abrazar a todos esos libros que amo con mi corazón, estrecharlos entre los brazos y decirles "gracias, gracias, gracias por todo, os quiero, os amo, os adoro", mientras la fila de los que llegarán a mis manos se alarga a cada momento con el temor de no alcanzar a devorarlo todo.
Pero paciencia. La verdad es que tiempo tengo de sobra, así es que los leeré, no temais.
Gracias infinitas a los autores de esos libros, especialmente a Víctor Hugo que a los 14 años me miró a los ojos a través de Jean Valjean y me dijo que el ser humano puede y debe cambiar su vida cuantas veces quiera. Que se puede. Que es real. De eso se trata Los miserables, no es una historia en la guerra, no es una historia de amor, es una historia de redención. Es la historia del hombre que cambió su vida cuando vio la oportunidad, aunque hasta el final no todos fueron capaces de verlo. Ése es Jean Valjean, la historia de la humanidad que si es capaz de abrir los ojos en cierto momento, es capaz de ver la verdad y sumirse en ella. Ése fue el primer libro que aportó algo importante en mi vida. 11 años después va para él mi más sincero agradecimiento y un recordatorio de por qué es mi favorito.
Feliz día a los libros.
Mi relación con los libros desde el punto de vista lector es vasta y compleja. Comenzó cuando chica cuando aprendí a leer, obvio. Leía la biblia... créase o no. Mi mamá me decía que para no dormir con miedo había que leer la biblia antes de acostarse. Y yo, que le tenía pavor a los vampiros y creía que eran reales (igual que ahora), leía la biblia para que no me diera miedo.
Cuando entré al colegio comenzó la tradición de leer los típicos libros que te manda el currículo escolar. No fue sino hasta bastante grandota, a los 8 años, cuando entendí que podía leer lo que quisiera.
Y a los 9 llegó él... ninguno. O mejor dicho Ninguno. Ese maravilloso libro de la colección Barco de Vapor, Historias de Ninguno, que narraba las aventuras de un niño que era tan chiquito que cuando entraba a algún lugar la gente veía la puerta abrirse y preguntaba "quién entró" y todos decían "ninguno" porque nadie lo veía. Oooooh, pobrecito. Y así fue como Ninguno se inventó su propio mundo al encontrarse una caja de lápices de colores que hacían realidad lo que él dibujara.
Una maravillosa historia infantil que me seguiría hasta el día de hoy... sin poder terminar el libro porque se lo llevaron del colegio cuando estaba casi a punto de concluirlo. Muchos años después llegó a mis manos, pero ya no era lo mismo. No me interesaba saber qué había sido de Ninguno, aunque lo llevo en mi corazón.
Tras ese inicio y hasta finalizar la media, leí todo lo que quise leer, leí mucho, disfruté con historias de ciencia ficción y dramas humanos, con historias de amor y conspiraciones del FBI, hasta que un día entré a la universidad y dejé de leer lo que quería. Los únicos que sobrevivieron fueron El señor de los anillos y Harry Potter (llegué hasta el 5 y no sé si lo termine algún día). Ya no tenía ni ganas ni concentración.
Sobrevino mi período infartante de desenfoque absoluto, en el que era incapaz de retener cualquier cosa leída, se me iban las ideas, me iba a volar por otros mundos, y simplemente nada en los libros tenía la facultad de atrapar mi cerebro y hacerlo mantenerse firme.
Esta historia continuaría hasta el año pasado, cuando nuevamente los libros entraron en mi vida como un torbellino que me tiene leyendo de la noche a la mañana, en el pc o con los ejemplares de la biblioteca, lo que sea.
Me reencanté con la biblioteca, fui a buscar lo que me sirviera, fui en búsqueda de lo que otros han escrito y que, en efecto, puede cambiar mi vida. La lectura es capaz de salvar la vida de una persona, no hay duda.
El libro es una poseción material limitada, de una cierta extensión y con un cierto volumen, pero su contenido es infinito. Las interpretaciones, la magia que se anida en sus páginas no tiene fin. Puede ser redescubierta una y mil veces, se puede abrir y retomar todo lo que sea necesario.
El libro es la forma de conocimiento más pura después de la experiencia. El libro te habla directamente, te mira a los ojos, te dice cosas, te inspira a moverte. O te inspira a llorar cuando la historia es tragedia.
El libro es energía. Está en un estante hasta que llego a buscarlo y luego fluye a través del lector.
Pero esto no pasa con todos los libros, pasa solamente con aquéllos que fueron escritos para ti o para mí, con aquéllos que al leerlos nos dan pautas de confirmación de tantas cosas que hemos pensado. Cuando sus personajes nos personifican, son lo que quisiéramos ser, o cuando la habilidad literaria nos hace desear haberlo escrito nosotros.
Ésos son los libros que valen la pena.
Y lo genial que tienen es que hay tantos y para todos los gustos, que quien no lee es únicamente porque no ha encontrado su energía en el estante y porque ha estado dormido en la decepción de un mal libro, que no es otra cosa que un libro equivocado para cierto lector.
Qué bueno es despertar de ese sueño y que los viajes a la biblioteca sean muchos porque saco más libros de los que soy capaz de leer en una semana y los debo renovar y otra vez no alcanzo y me falta el tiempo alternando entre los que tengo en mi pc y los que tengo en mi velador.
Viva el libro como elemento de sabiduría infinita. Viva el libro y su redención.
Los libros me han cambiado la vida para bien. Al contrario de la figura literaria oscura y perniciosa, a mí los libros no me destruyen, me alimentan. Ser lector es infinitamente mejor que ser escritor. Nunca hubiera podido ver esta realidad asombrosa si no hubiera dejado de escribir de una buena vez para concentrarme en leer. Hay demasiada poesía en el mundo, hasta que no acabe de leerla, no es necesario que aporte nada.
Me gustaría abrazar a todos esos libros que amo con mi corazón, estrecharlos entre los brazos y decirles "gracias, gracias, gracias por todo, os quiero, os amo, os adoro", mientras la fila de los que llegarán a mis manos se alarga a cada momento con el temor de no alcanzar a devorarlo todo.
Pero paciencia. La verdad es que tiempo tengo de sobra, así es que los leeré, no temais.
Gracias infinitas a los autores de esos libros, especialmente a Víctor Hugo que a los 14 años me miró a los ojos a través de Jean Valjean y me dijo que el ser humano puede y debe cambiar su vida cuantas veces quiera. Que se puede. Que es real. De eso se trata Los miserables, no es una historia en la guerra, no es una historia de amor, es una historia de redención. Es la historia del hombre que cambió su vida cuando vio la oportunidad, aunque hasta el final no todos fueron capaces de verlo. Ése es Jean Valjean, la historia de la humanidad que si es capaz de abrir los ojos en cierto momento, es capaz de ver la verdad y sumirse en ella. Ése fue el primer libro que aportó algo importante en mi vida. 11 años después va para él mi más sincero agradecimiento y un recordatorio de por qué es mi favorito.
Feliz día a los libros.
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