El otro día en el pijama party que nunca fue porque no nos pusimos pijama, salió a flote el típico tema que SIEMPRE sale a flote en las conversaciones del universo: los fantasmas, jajaja. Es gracioso, pero es real. Las chicas contaban anécdotas, qué sé yo, historias de miedo. En un momento la Anita me dijo "Luisa, pero qué harías si se te aparece algo" y yo respondí "primero me muero, después, cuando resucite, no sé, me cago". Y les pregunté qué harían ellas. Y me dieron una respuesta demasiado espontánea, natural y fuera de mi alcance: rezar. Es tan obvio y está tan lejos de mí.
No puedo rezar porque no creo en ello. Podría... me sé los rezos, me sé los cantos y de hecho hago mis propias versiones capitalistas de las alabanzas a dios; pero claro, sería superficial. Sería como esos mails que se responden por compromiso sin ganas de hacerlo o esas llamadas por teléfono en que pegas la oreja por horas cuando lo único que quieres hacer es cortar. Un compromiso. Una herejía.
Lo malo es que esa fe me gustaría en mi vida pero por ahora no tiene cabida. Me gustaría tener mi defensa contra los fantasmas, en los que creo fielmente. O esa certeza de la permanente compañía. La vida después de la muerte. Un talismán divino.
A cambio de eso tengo la fe en lo humano, en los hombres, las mujeres, los niños, las niñas. No todos obviamente, pero varios. La fe en mis amigos, mi familia, en mí (la más grande). La certeza de que las cosas salen bien porque así es como deben salir. Que el trabajo da frutos, que la alegría trae alegría.
Cuando estoy en algo, tengo una certeza inquebrantable de que va para donde quiero que vaya... siempre que esté 100% en mis manos. Cuando depende de otros mi fe disminuye. Porque uno nunca sabe cómo van a reaccionar esos otros, si van a cumplir o no, si van a mantener sobre sus hombros la parte que les corresponde o de pronto el techo caerá entero sobre mi cabeza.
Hay que confiar. Confiar es más sencillo. Pero la fe es otra cosa, es ese convencimiento sin vacilación. La confianza admite la duda razonable y la despeja más o menos un poco bueno ya; la fe es a toda prueba. No se duda.
Yo no dudo de mí, nunca. Yo domino las situaciones, cuando yo estoy al mando las cosas salen bien. Cuando hago compromisos, yo sé que siempre cumplo. Soy a toda prueba. Tengo mis fallos, pero son por exceso de fe en mí misma.
El problema es el resto. Yo tengo fe que al resto le va a ir bien en sus cosas, pero cuando las cosas del resto se mezclan con mis cosas, dudo. Porque nadie trata tan bien mis cosas como yo. Nadie cuida mis cosas como yo las cuido. Nadie me cuida a mí como me cuido yo.
Pero hay que tener fe para que cuando mis cosas se mezclen con las cosas de otros, salga todo bien. Porque, lamentablemente, no siempre doy abasto con mis cosas. Y necesito ayuda. Y otros entran. Yo abro las puertas, hacen lo suyo. Y les tiene que salir bien.
No queda otra opción.
No puedo rezar porque no creo en ello. Podría... me sé los rezos, me sé los cantos y de hecho hago mis propias versiones capitalistas de las alabanzas a dios; pero claro, sería superficial. Sería como esos mails que se responden por compromiso sin ganas de hacerlo o esas llamadas por teléfono en que pegas la oreja por horas cuando lo único que quieres hacer es cortar. Un compromiso. Una herejía.
Lo malo es que esa fe me gustaría en mi vida pero por ahora no tiene cabida. Me gustaría tener mi defensa contra los fantasmas, en los que creo fielmente. O esa certeza de la permanente compañía. La vida después de la muerte. Un talismán divino.
A cambio de eso tengo la fe en lo humano, en los hombres, las mujeres, los niños, las niñas. No todos obviamente, pero varios. La fe en mis amigos, mi familia, en mí (la más grande). La certeza de que las cosas salen bien porque así es como deben salir. Que el trabajo da frutos, que la alegría trae alegría.
Cuando estoy en algo, tengo una certeza inquebrantable de que va para donde quiero que vaya... siempre que esté 100% en mis manos. Cuando depende de otros mi fe disminuye. Porque uno nunca sabe cómo van a reaccionar esos otros, si van a cumplir o no, si van a mantener sobre sus hombros la parte que les corresponde o de pronto el techo caerá entero sobre mi cabeza.
Hay que confiar. Confiar es más sencillo. Pero la fe es otra cosa, es ese convencimiento sin vacilación. La confianza admite la duda razonable y la despeja más o menos un poco bueno ya; la fe es a toda prueba. No se duda.
Yo no dudo de mí, nunca. Yo domino las situaciones, cuando yo estoy al mando las cosas salen bien. Cuando hago compromisos, yo sé que siempre cumplo. Soy a toda prueba. Tengo mis fallos, pero son por exceso de fe en mí misma.
El problema es el resto. Yo tengo fe que al resto le va a ir bien en sus cosas, pero cuando las cosas del resto se mezclan con mis cosas, dudo. Porque nadie trata tan bien mis cosas como yo. Nadie cuida mis cosas como yo las cuido. Nadie me cuida a mí como me cuido yo.
Pero hay que tener fe para que cuando mis cosas se mezclen con las cosas de otros, salga todo bien. Porque, lamentablemente, no siempre doy abasto con mis cosas. Y necesito ayuda. Y otros entran. Yo abro las puertas, hacen lo suyo. Y les tiene que salir bien.
No queda otra opción.
4 comentarios:
jajaja, parece q la noche atrae el tema, con mi hermana estuvimos en las mesmas y ella me dijo eso: rezar. Y yo dije, eeeeeeeeeeella po la más religiosa. Tuve que saber reirme. Pero indp de eso, te capto, pero si se te aparece un demonius, dudo q a uno le dé pa rezar jajaja
Seeee, la noche siempre trae consigo los fantasmas. Si se me aparece un demonio llamo a mi novio pa que me lo mate, jajajajajajaja.
Tu novio igual lo espanta!, es como grandote... Ahora q lo dices, me recuerda q tenemos una salida los 4 pendiente
Seeeeeeee, comida mexicana. Ya me dio hambre.
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