Ayer fue el día del padre. Del papadre para mí. Al papadre le regalé una cafetera gigante porque le gusta el café.
El papadre y yo nos conocemos desde el año 1989 cuando él era novio de mi mamá. Luego vino mi hermana y el papadre entró de lleno en la familia mía y un día en una micro vieja y destartalada (tipo liebre) le pregunté al papadre si le podía decir papá y me dijo que sí. Pero nunca usé ese derecho.
El papadre y yo vemos la vida de distinta manera. Él piensa algunas cosas que yo aborrezco sobre ciertos asuntos cruciales... y viceversa. Pero nos entendemos. El papadre es muy gritón y yo odio eso, así como él odia que yo sea tan controladora y mande en la casa. Pero bueno. Alguien tiene que mandar y el papadre trabaja 12 horas, por lo general, afuera, entonces mando yo.
El papadre y yo tenemos una especie de alianza secreta para que mi mamá no sepa cuánto ganamos y así no nos asalte a cada rato. Él mantiene mis números a resguardo y yo los de él. Sólo nosotros sabemos cuántas tarjetas de crédito tenemos y con cuánto cupo.
Aunque el papadre es una persona neutra por definición, manifiesta cierta alegría por algunas cosas por las que yo también manifiesto alegría: nuestra Dorita, que la adora, los bebés, que los ama y la lucha libre.
Al papadre le gusta Queen. A mí Bon Jovi, y cuando era chica me escribía las canciones en inglés (cuando no existía esto del internet y uno no podía encontrarlas en cualquier lugar). Porque el papadre sabe inglés y yo no sabía antes y ahora sé un poco.
A mi papadre lo quiero mucho aunque seamos opuestos. Me dio una familia grande llena de parientes odiosos, pero queribles. Me dio primos y tíos en Estados Unidos. Me dio dos medios hermanos que parecen mis hijos a estas alturas.
El papadre no me dio un auto para mi graduación de la universidad, no me dio zapatillas nike, nunca me compró el buzo del colegio porque era muy caro, no me llevó a comer la cajita feliz del McDonald´s, no me llevó de vacaciones a la playa, no me regaló la Rosalba ni la Barbie Malibú con su casa y su auto. El papadre no me pagó clases de piano ni de guitarra ni de idiomas. No me enseñó a manejar porque no tiene auto, no me enseñó a andar en bicicleta porque andaba en el trabajo y aprendí con la Marru.
A cambio de todo eso me dio otra cosa: me enseñó la ética y la disciplina del trabajo.
Al papadre lo veo levantarse a las 4 de la mañana desde que era chica. Sale de madrugada con su parka de polar y su gorro de lana. Sale con su bolso, con sus zapatos de marca que le regalan sus hermanos. Ahora, ya más grande, sale con el mp3 que le regaló mi hermana para su cumpleaños y con la casaca que le di yo.
El papadre es guardia de seguridad desde hace 4 años. Antes fue chofer, recepcionista de hotel, repartidor de cecinas e inspector de boletos de micro. Cuando mi mamá me dijo, hace varios años cuando yo estaba en el Liceo, que el papadre iba a ser inspector de boletos de micro yo me fui de culo. El papadre no puede trabajar en eso. El trabajo dignifica, cierto... pero, pero, pero... el papadre no puede ser inspector de boletos de micro. El papadre, el gringo bilingüe, el que le gusta Queen, el que le gusta la lucha libre, el que le gustan las guaguas no puede ser inspector de boletos de micro. Tiene que haber algo mejor.
Me dio mucha pena.
El inspector de boletos de micro no duró mucho pues llegó, al fin, el de guardia. El papadre había encontrado, nuevamente, un lugar digno según mi apreciación. Ahora está desde las 7 de la mañana en un Instituto de Estudios en Vicuña Mackenna. Le toca estar de pie porque es guardia rondero. LLega a casa a las 9 de la noche.
¿Y por qué hay que admirar al papadre?
Porque en estos 19 años que lo conozco nunca, jamás, le he escuchado una sola crítica. Nunca le he escuchado decir que el jefe es un incompetente, que le deben plata de los bonos, que el trabajo es una mierda, que sería mejor morir bajo el estallido de una bomba atómica, que si tan sólo pudiera dormir un cachito más...
Se levanta con alegría en el frío de este invierno que es cada vez más difícil a medida que pasan los años. Se levanta contento, pone su radio, canta, se afeita y se va. Se sube al metro atochado. Va contento. Llega contento, conversa con la gente se hace amigos. Regresa contento a comer.
Nunca una queja. Nunca una mala cara, nunca un gesto de rendición, nunca una bandera blanca agitándose desde la trinchera laboral.
Eso es lo mejor que un padre puede legarle a un hijo. El esfuerzo incansable, el rostro alegre por tener trabajo, la satisfacción del fin de mes.
El papadre y yo no compartimos esta filosofía porque yo apuesto por la jefatura, pero si no lo hubiera visto estos 19 años levantarse sin chistar un dedo y llegar temprano los 365 días del año, sin duda que hoy no estaría acá porque no habría aprendido que antes de la cima está la montaña entera por escalar.
Mi madre no podría haber escogido un mejor papadre para mí.
El papadre y yo nos conocemos desde el año 1989 cuando él era novio de mi mamá. Luego vino mi hermana y el papadre entró de lleno en la familia mía y un día en una micro vieja y destartalada (tipo liebre) le pregunté al papadre si le podía decir papá y me dijo que sí. Pero nunca usé ese derecho.
El papadre y yo vemos la vida de distinta manera. Él piensa algunas cosas que yo aborrezco sobre ciertos asuntos cruciales... y viceversa. Pero nos entendemos. El papadre es muy gritón y yo odio eso, así como él odia que yo sea tan controladora y mande en la casa. Pero bueno. Alguien tiene que mandar y el papadre trabaja 12 horas, por lo general, afuera, entonces mando yo.
El papadre y yo tenemos una especie de alianza secreta para que mi mamá no sepa cuánto ganamos y así no nos asalte a cada rato. Él mantiene mis números a resguardo y yo los de él. Sólo nosotros sabemos cuántas tarjetas de crédito tenemos y con cuánto cupo.
Aunque el papadre es una persona neutra por definición, manifiesta cierta alegría por algunas cosas por las que yo también manifiesto alegría: nuestra Dorita, que la adora, los bebés, que los ama y la lucha libre.
Al papadre le gusta Queen. A mí Bon Jovi, y cuando era chica me escribía las canciones en inglés (cuando no existía esto del internet y uno no podía encontrarlas en cualquier lugar). Porque el papadre sabe inglés y yo no sabía antes y ahora sé un poco.
A mi papadre lo quiero mucho aunque seamos opuestos. Me dio una familia grande llena de parientes odiosos, pero queribles. Me dio primos y tíos en Estados Unidos. Me dio dos medios hermanos que parecen mis hijos a estas alturas.
El papadre no me dio un auto para mi graduación de la universidad, no me dio zapatillas nike, nunca me compró el buzo del colegio porque era muy caro, no me llevó a comer la cajita feliz del McDonald´s, no me llevó de vacaciones a la playa, no me regaló la Rosalba ni la Barbie Malibú con su casa y su auto. El papadre no me pagó clases de piano ni de guitarra ni de idiomas. No me enseñó a manejar porque no tiene auto, no me enseñó a andar en bicicleta porque andaba en el trabajo y aprendí con la Marru.
A cambio de todo eso me dio otra cosa: me enseñó la ética y la disciplina del trabajo.
Al papadre lo veo levantarse a las 4 de la mañana desde que era chica. Sale de madrugada con su parka de polar y su gorro de lana. Sale con su bolso, con sus zapatos de marca que le regalan sus hermanos. Ahora, ya más grande, sale con el mp3 que le regaló mi hermana para su cumpleaños y con la casaca que le di yo.
El papadre es guardia de seguridad desde hace 4 años. Antes fue chofer, recepcionista de hotel, repartidor de cecinas e inspector de boletos de micro. Cuando mi mamá me dijo, hace varios años cuando yo estaba en el Liceo, que el papadre iba a ser inspector de boletos de micro yo me fui de culo. El papadre no puede trabajar en eso. El trabajo dignifica, cierto... pero, pero, pero... el papadre no puede ser inspector de boletos de micro. El papadre, el gringo bilingüe, el que le gusta Queen, el que le gusta la lucha libre, el que le gustan las guaguas no puede ser inspector de boletos de micro. Tiene que haber algo mejor.
Me dio mucha pena.
El inspector de boletos de micro no duró mucho pues llegó, al fin, el de guardia. El papadre había encontrado, nuevamente, un lugar digno según mi apreciación. Ahora está desde las 7 de la mañana en un Instituto de Estudios en Vicuña Mackenna. Le toca estar de pie porque es guardia rondero. LLega a casa a las 9 de la noche.
¿Y por qué hay que admirar al papadre?
Porque en estos 19 años que lo conozco nunca, jamás, le he escuchado una sola crítica. Nunca le he escuchado decir que el jefe es un incompetente, que le deben plata de los bonos, que el trabajo es una mierda, que sería mejor morir bajo el estallido de una bomba atómica, que si tan sólo pudiera dormir un cachito más...
Se levanta con alegría en el frío de este invierno que es cada vez más difícil a medida que pasan los años. Se levanta contento, pone su radio, canta, se afeita y se va. Se sube al metro atochado. Va contento. Llega contento, conversa con la gente se hace amigos. Regresa contento a comer.
Nunca una queja. Nunca una mala cara, nunca un gesto de rendición, nunca una bandera blanca agitándose desde la trinchera laboral.
Eso es lo mejor que un padre puede legarle a un hijo. El esfuerzo incansable, el rostro alegre por tener trabajo, la satisfacción del fin de mes.
El papadre y yo no compartimos esta filosofía porque yo apuesto por la jefatura, pero si no lo hubiera visto estos 19 años levantarse sin chistar un dedo y llegar temprano los 365 días del año, sin duda que hoy no estaría acá porque no habría aprendido que antes de la cima está la montaña entera por escalar.
Mi madre no podría haber escogido un mejor papadre para mí.
La Mamadre
Poema de Pablo Neruda dedicado a su madrastra
La mamadre viene por ahí,
con zuecos de madera. Anoche
sopló el viento del polo, se rompieron
los tejados, se cayeron
los muros y los puentes,
aulló la noche entera con sus pumas,
y ahora, en la mañana
de sol helado, llega
mi mamadre, doña
Trinidad Marverde,
dulce como la tímida frescura
del sol en las regiones tempestuosas,
lamparita
menuda y apagándose,
encendiéndose
para que todos vean el camino.
Oh dulce mamadre
—nunca pude
decir madrastra—,
ahora
mi boca tiembla para definirte,
porque apenas
abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más útil:
la del agua y la harina,
y eso fuiste: la vida te hizo pan
y allí te consumimos,
invierno largo a invierno desolado
con las goteras dentro
de la casa
y tu humildad ubicua
desgranando
el áspero
cereal de la pobreza
como si hubieras ido
repartiendo
un río de diamantes.
Ay mamá, ¿cómo pude
vivir sin recordarte
cada minuto mío?
No es posible. Yo llevo
tu Marverde en mi sangre,
el apellido
del pan que se reparte,
de aquellas
dulces manos
que cortaron del saco de la harina
los calzoncillos de mi infancia,
de la que cocinó, planchó, lavó,
sembró, calmó la fiebre,
y cuando todo estuvo hecho,
y ya podía
yo sostenerme con los pies seguros,
se fue, cumplida, oscura,
al pequeño ataúd
donde por primera vez estuvo ociosa
bajo la dura lluvia de Temuco.
5 comentarios:
como una vez nos dijimos, tenemos linda familia (aludiendo al núcleo más cercano por lo menos de mi parte)
tu papá se parece un poco al mío que también se levanta a las 4 de la mañana, es el sujeto más sociable que he conocido y siempre anda con una sonrisa que deja entrever su dentadura irregular...aunque el mío no habla inglés, siempre anda con la talla a flor de piel y el buen dicho chileno que te deja colgado....
un abrazo Lu...
Nuestros padres nos han legado ese ejemplo, ahora falta que lo sigamos. A mí me cuesta mucho, pero voy a mi paso: lento y seguro, jejeje. Besurro.
Hazte una recopilación de los dichos de tu papi, AMO LOS DICHOS!!!!
Qué lindo lo q escribiste, emoción.
Ya sabes que los padres nos hacen dar emoción (cuando no andan con sus tacañerías, jajajaja)
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