18 de julio de 2009

Obsequio mi perdón

Me gustan las habilidades duras: la inteligencia aguda, la agilidad, la capacidad de aprender, la ejecución, la eficiencia, el liderazgo. Me gustan y las cultivo. Las blandas me cuestan un poco más, la afectividad, la empatía, qué sé yo. La verdad ninguna me hace mucha falta en lo concreto del día a día, yo soy una persona práctica y me gusta contar con las herramientas de la practicidad y no tanto con la "inteligencia emocional".

Pero reconozco que hay una que siempre me ha dado vueltas en la vida: el perdón.

Mi mamá me dice "abuela Yané" cada vez que comienzo a enumerar todas las cosas malas que me ha hecho como cuando a los 13 años me pegó en las manos, jajajaja. O todas las veces que le pido que me haga leche asada y no me hace cuando es todo lo que quiero en la vida.

Mi abuela Jeannette era así. Rencorosa. No perdonaba y guardaba en su corazón todas las ofensas que el mundo le hacía. Fueron 65 años de rencor los que alcanzó a vivir.

A mí me gusta ser abuela Yané pa mis cosas. Me gusta demostrar el carácter, la pasión y el dramatismo que hay detrás del rencor. Me parece bueno que uno ponga personas en la lista negra, creo que es sano, no hay que fingir bondad con la gente, no, hay que demostrarles el odio cuando el momento es propicio; no hay que hacer como si todo estuviera bien, cuando no lo está... Salvo que este fingir tenga un objetivo práctico como no arruinar un proyecto en marcha o las vacaciones que vienen en camino. Ahí sí hay que fingir, esperando que todo termine, para luego dar la cara y la verdad de la bofetada de la lista negra.

A mí, que soy apasionada en extremo, me gusta experimentar las emociones en su totalidad. No me gustaría vivir en la paz y la tranquilidad permanentes, no, me gusta tener mis dosis de odio y rencor. Le da sabor a la vida.

Pero también hay que dejarlos ir. Y ahí es donde entra el perdón porque yo quiero perdonar muchas veces, pero no lo hago. Acumulo las ofensas como cuotas impagas de una tarjeta de crédito que crece y crece y crece con intereses, mientras el deudor ni se inmuta, ve las cuentas acumularse en la entrada de su casa y no tiene ganas de pagarlas. En parelelo, el cobrador que soy yo, comienza a enfurecerse cada vez más y está a punto de desarrollar úlceras... salvo por el hecho de que no cree en las enfermedades, así es que por suerte está muy sano, pero siempre con su rencor a cuestas.

Dos veces en mi vida he perdonado graves ofensas. Una vez, hace muchos años, cuando decidí olvidar y recomenzar. La segunda vez hace muy poco, a la misma persona, cuando decidí que la vida nos había dejado even, y que sinceramente ya no valía la pena conservar las razones para no perdonar. Y estamos en paz.

Ahora busco esos recursos nuevamente y me doy cuenta de que todo finalmente es lo mismo. Cerrar la puerta, dejar partir y seguir amando a los que no han cometido ofensas de la mano. Eso es todo. La abuela Yané se aferra a las ofensas y son más importantes que el día a día lleno de bendiciones.

Eso se tiene que acabar. Y se acaba con la decisión de fin que gatilla un proceso más o menos largo dependiendo de cada cual. Lo importante es que termina.

Y se termina aquí y ahora.

2 comentarios:

Daniela González dijo...

Añadiendo, hay algo parecido al rencor que me gusta bastante. Dicen que no es sano pero esa es palabrarería. A mí me gusta el resentimiento. Me gusta porque es la manera de expresar la rabia de lo injusto. Y me gusta el resentimiento hablado. Decir, por ejemplo, que es injusto que algunos tengan tantas oportunidades después de haber estudiado en un colegio de ricos, haberse paseado por todo el mundo y tener plata siempre. Claro, así quien no va a ser trilingüe ni va a tener contactos. Me gusta el resentimiento!

Luisa Ballentine dijo...

Ufffff, estoy contigo 100% en el resentimiento, sobre todo social. Me identifican tus palabras. Sin embargo trato de dejarlo atrás también porque ¿quién se perjudica? El rico sigue siendo rico y aumentando su fortuna cagado de la risa, mientras que es uno el que se va consumiendo por dentro y amargándose.

Pero bueno, mientras no consiga la madurez y el crecimiento personal, el rencor y el resentimiento vendrán a mi casa de vez en cuando como es tradición!

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