21 de marzo de 2011

Reflexiones tan randomly que no se entienden, sorry

Despertando hoy pasadas las 14 horas, después de haber tenido un fin de semana de grabación bastante intenso y desconectado de las informaciones (que por cierto salió excelente, con sus altos y bajos, pero maravilloso), me encuentro con la entrevista de Tolerancia Cero a James Hamilton, que me imagino la mayoría logró ver en vivo ayer. Quien no lo haya hecho puede encontrar en este enlace el video.

Recuerdo el año pasado el reportaje de Informe Especial, que no pensaba ver, pero que debí sintonizar porque el tema superaba cualquier intento de permanecer al margen de la contingencia.

El tiempo ha pasado y los análisis se han difundido por todos los medios existentes, abarcando diversos tópicos. Hoy día me intereso en reflexionar al respecto al azar, sin ninguna idea en especial y sin foco; sabrán disculpar las incoherencias.

Primero, siento el testimonio de James Hamilton, así como lo sentí el año pasado, como una bala certera que llega al corazón de lo que somos. Es monstruosa su historia, lo que sucedió con él y con otros, y no puedo menos que conmoverme y sentir pena y tristeza de que a cualquier ser humano le suceda algo así. Me mató el año pasado cuando contó que Karadima lo había casado y bautizado a sus hijos. Es realmente desgarrador.

Hoy pienso en el proceso sicológico que ha recorrido. En ese proceso de mierda que es imposible de postergar cuando uno se encuentra frente a una verdad horrorosa de la que ya no se puede escapar más. Y nunca es tarde para ello.

La situación actual de la iglesia católica me provoca conflicto. Por un lado observamos la caída de los falsos ídolos. Y qué maravilloso es cuando eso sucede, cuando gracias a la valentía de unos pocos, logramos ver la realidad de lo que sucede en las 4 paredes de una parroquia cualquiera.

Pero por otro lado, tengo en mis pensamientos a muchas personas que están viendo derrumbarse una parte muy importante de su fe.

Es muy fácil juzgar, sobre todo cuando uno es ateo y pasa de todas estas "estupideces de las instituciones eclesiásticas en general en la vida en el mundo". Es fácil reírse de la fe de las personas, reclamar contra su sumisión ante ¿verdades? que nos parece que no admiten discusión siquiera. Siento que lo hacemos todos los días, y en todo caso nos divertimos porque estamos pasando un buen momento entre personas que compartimos esta visión. Criticamos y nos horrorizamos con la forma de ver que tienen ciertos grupos que comparten una creencia, sintiéndonos dueños de la verdad verdadera y no pudiendo entender que ellos también crean ser dueños de otra verdad verdadera, cuando la nuestra es la verdadera verdadera, cuando nosotros somos los que escogimos el camino correcto al decidir no poner nuestras vidas en manos de una religión, o menos extremamente, no compartir una visión de mundo que nos parece estrecha, sesgada, egoísta y, decimos, contraria a la verdadera esencia de un dios, si es que lo hubiere... que lo dudamos aún.

¿Y quién mierda somos nosotros para creernos dueños de cualquier verdad y para sentir que somos superiores porque hemos sido iluminados ante esta revelación al borde del nihilismo?

Decimos: todos en la iglesia son unos pedófilos de mierda. ¿Conocemos a alguno? Yo no. Yo no conozco ningún pedófilo, ni en la iglesia, ni en ninguna parte. Bueno, conozco al cura Tato, que era el de mi parroquia. Ok, conozco uno. Y de que los hay, los hay. Pero hablamos repitiendo un discurso que, la verdad, llega a ser tan rancio como el que repiten los otros diciendo lo contrario.

Siento, en lo personal, que las iglesias de cualquier religión, son organismos muy turbios, donde suceden cosas muy oscuras porque los seguidores se mantienen al margen de lo que de verdad sucede entre las cúpulas de poder, haciendo, por lo general, el trabajo real, dejando su sudor en pos de la causa, mientras unos pocos abusan de ese poder, abusan de sus seguidores y se cubren entre sí mismos.

Esa misma frase, exacta la puedo aplicar a las siguientes instituciones: partidos políticos, gobiernos, empresas, colegios subvencionados, microempresas de narcotráfico, cooperativas de vivienda, municipalidades, centros de alumnos... etc.

Esto que sucede hoy acá, sucede en todas partes. Lo que pasa es que ahora estamos en presencia de una de las instituciones más grandes de todos los tiempos que conocemos como tales. Si es que no la más.

Lo que me preocupa son todos ésos que han hecho el trabajo honestamente, que han creído en quienes guiaban el proyecto y que, en efecto, han hecho una importante labor ayudando a otros. Pienso en la abuelita que lleva comida a otros abuelitos, que junta sus pesitos para donar en la misa de los domingos, que le cose la basta al batón del cura, o como sea que se llame. Pienso en ese niño que quiere ser el ayudante del cura en la misa, en esa mamá de población que junta los tallarines para la olla común, que confía en que dios proveerá y que a veces duda, pero que nunca le falta y que por eso mismo, junta con esfuerzo sobrehumano esos 100 pesos extra que deposita en una cajita de cartón de cuaresma.

Y cuando todo esto se derrumbe, ¿qué tendrán?

Si es que hay un dios, yo admito como una verdad que no está en las paredes de nada, admito como una verdad que es el amor que fluye, que está en la naturaleza, en todos, en mí, que no tiene representantes ni en la tierra ni en el cielo.

Pero y el que cree que sí está en las paredes de la iglesia, que tiene representantes acá con los que uno debe conversar para llegar a él, etc, etc, etc. ¿Qué pasa con esa abuelita? Bueno, que enfrente la verdad y se recontra joda en sufrimiento.

Y sí. Pero no deja de ser una tragedia por todos ellos, que se derrumbe la luz que tenían en su vida.

Porque nadie es culpable de equivocarse. Algunos han encontrado esa luz en las drogas. Y parece ser que todos coincidimos en que se perdieron y se equivocaron al verla ahí y no los juzgamos. Porque al final uno ve la luz donde puede.

Esta vida es muy compleja. La gente hace lo que puede. No digo que no sea hermosa y que, en lo personal, la gozo demasiado y la disfruto mucho. Pero, especialmente para los que siempre nos estamos preguntando por el puto sentido de vivir, es difícil aferrarse a algo, lo que sea. Yo me aferro a Punta Cana.

Y por eso siento mucha pena por quienes se aferraron a algo que hoy devela su verdad. Porque confío en que la mayoría no se aferró a lo que hoy se cae, se aferró a verdades que son maravillosas, a la posibilidad de amar, de ayudar a otros, de creer en un futuro mejor, de enchular la bicicleta y recorrer el barrio diciendo a los enfermos: va a estar todo bien... aunque esté todo mal hoy. Lo que sucede es que pusieron esos dones en un lugar que es el que se está cayendo.

Y todo esto es una experiencia muy personal, que no tiene que ver con el colectivo que llamamos católicos o creyentes o feligreses. Es lo que va a suceder con cada uno en su casa, en su mesa, tomando sopita, tratando de entender qué mierda sucede, no con el mundo ya, sino con su existencia personal que se ve envuelta en este torbellino.

No reflexiono acerca del poder de la iglesia, ni de lo que han hecho unos pocos. No me interesa hoy. Comparto casi todo lo que se dice al respecto. Me preocupa esto otro porque los entiendo. Porque yo también vagué por las religiones en busca de algo que, la verdad, nunca terminé de encontrar. Nunca.

Y hoy no me parece tan terrible, en todo caso. Terrible es que muchos quieran seguir ocultando verdades para que no se derrumbe la fe. Lo cierto es que todo se derrumba siempre.

Y lo cierto también, es que no he sido capaz de expresar lo que realmente quiero decir porque me duele mucho la cabeza.

Pero sufro porque quienes niegan la verdad, no con mala intención, sino porque entran en un estado de negación provocado por el dolor. Por el comenzar, por primera vez a desconfiar, por ejemplo, de tener a sus hijos en colegios católicos. Por la duda: ok, creo a ciegas, pero y si pasara... Es horrible lo que les está pasando. Es necesario, sí, pero no deja de ser algo terrible para todos ellos.

Ok, inof. Lo debo hasta acá.

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