Oh, amigos. Estoy preparando la organización del lanzamiento de uno de los libros de la editorial en la trasandina ciudad de la furia, pues 4 autores son de allá. Ya empecé a ver el tema del lugar y según lo que me digan quienes lo vayan a ver, haré las gestiones para que lo presten, ojalá, gratis.
Siento que me desangro en coágulos, como si hasta las venas de los ojos fueran yugulares (memo: no olvidar poner esto en un poema).
Hay otros de acá que viajan a encontrarse con ésos de allá.
Yo no quiero.
Pero a ratos quiero.
Pero no debo.
Sé que se me vienen esos odios para con estos otros, porque yo no y ellos sí; sin importar por qué. Y no pueden hacer nada. Yo cuando odio es un odio irreversible, aunque hipócrita.
No debo, no debo. Y lo dejo acá, porque a ratos me olvido. Y eso es trizas para el corazón de Evo Morales (que es el mismo mío).
Lo malo es que tengo al Padre Hurtado a cargo de mi situación financiera y no puedo decirle que se vaya al departamento de ideas geniales para controlar la fuga masiva de cordura.
Ojito, porque el año me pasa la cuenta y no es bueno destinar tiempo en rasgaduras y dolores gastados.
Mi gatito que tiene su pata mala, ya no la tiene tan mala. Ahora la apoya completa. Quiero ser cómo él.
Mi pata ya tampoco está tan mala, pero a veces tiene retrocesos que podrían tirarme a una silla de ruedas.
Yo me quedo en julio, amigos. Me quedo con los que se queden. No dejen que olvide que mi lugar está acá, porque entonces me desvanezco dentro de mi memoria. Me tropiezo y me parto.
Yo me tengo que quedar. No es bueno que especule sobre ninguna posibilidad que diga algo levemente distinto al quedamiento aquí. No es bueno que piense en intentarlo, no, no. Yo me tengo que quedar.
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